"ESPAÑOLIZAR" O EL PECADO DE SER CATALÁN.
"Haber
nacido en 1960 me proporciona una cantidad considerable de recuerdos,
entre ellos el de un niño de 6 años que cada mañana, en el patio del
colegio, cantaba el “Cara al sol” con el brazo en alto, como si fuera un
juego, mientras una bandera, roja y gualda, ascendía por el mástil.
De
aquella época es también una fotografía de escolar dócil posando ante
undecorado de libros, con un ventanal de cipreses pintados al filo de un
arroyo, un busto de Cervantes y un mapa político de España. Una
fotografía en blanco y negro coloreada con anilinas tristes ya, de
tiempo y de experiencia.
Quien
supo de materias obligadas, como una Religión centrada en el pecado y
en la culpa o aquella denominada Formación del espíritu nacional guiada
por el odio y por el miedo para cultivar un nacionalismo español de hoja
perenne, oye ahora mensajes parecidos, bajo la misma bandera que
esconde el
águila aunque esté claro que mantiene las garras afiladas.
Así
el país, aquel país tan impuesto como ficticio, vuelve hacia el blanco y
negro maquillado de anilina, de la mano de un ministro de Educación
apellidado Wert: «Sí, nuestro interés es españolizar a los alumnos
catalanes».
Fui
un alumno catalán curiosamente españolizado. Mi madre, nacida en
Granada, contrajo matrimonio con mi padre, nacido en Zamora, y algún
tiempo después nacía yo en la ciudad de Badalona. El catalán estaba
perseguido por el nacionalismo español gobernante, la escuela era en
castellano, la ideología venía de la mano de aquellas enciclopedias
Álvarez que, sin embargo,
recuerdo con afecto. El tiempo tuvo que llevarse la mitad de mentira,
de imposición y de odio que contenían ciertas enseñanzas. Algo debió
ayudar tener buenos maestros que no eran catalanes, una madre cariñosa e
inteligente que les pedía a los vecinos que nos hablasen catalán a mi
hermano y a mí, o un abuelo andaluz tan republicano como honesto.
Pero
los vecinos que eran catalanes nos hablaban en castellano, ¿quién sabe
cuánto de cortesía y cuánto de miedo podía haber en aquella buena gente
cuyo pecado principal consistía en ser catalanes y hablar catalán en
Catalunya? ¿A alguien se le ocurre que se le pueda prohibir hablar su
lengua a un castellano en Castilla? Ahora parece que la memoria es
frágil, aquí no sólo se
persiguió al republicano, también se persiguió al catalán sólo por
serlo, algunos se olvidaron pronto o se inventaron otra historia.
Crecí
en un país cuyo interés era españolizar a los niños catalanes. Aunque
yo no hablaba catalán tuve que acostumbrarme a ser “polaco” y decidí
aprovechar, a los veinte años, el Servicio militar obligatorio que me
llevó a Sevilla para empezar a hablar un catalán titubeante con aquellos
catalanes que no me conocían. Así, cuando volví, empecé a construir mi
segunda lengua, el catalán, a pesar de un franquismo que pensábamos
muerto, a pesar de una educación
españolizante, a pesar de quienes nos llamaban polacos, como si fuera
una broma, como si no se destilase en el apelativo ese odio ancestral de
“lo español” hacia lo diferente, ese afán de imposición y tabla rasa.
Empecé
a hablar catalán por voluntad propia y por convencimiento de que esa
lengua debía ser tan mía como la otra, por vivir en una tierra
integradora a la que durante mucho tiempo se le ha negado su esencia de
nación. Y eso nada tenía en contra de España, de una España ideal que
siempre ha sido bombardeada desde la Meseta y desde sus aledaños. De una
España que fuera tan integradora como Catalunya, que estuviera
orgullosa de una diversidad real. Una España que hoy ya parece
imposible.
Pareció
un proyecto viable en la mal llamada Transición, donde hubo ejemplos de
diálogo y donde las concesiones a la presión de la oligarquía
franquista y de un ejército contaminado dieron a luz una Constitución
pactada que, a pesar de todo, podía suponer un marco de convivencia. La
politización de los tribunales acabó con ese sueño y un Tribunal
constitucional manipulado y disminuido en número demostró que lo votado
en un parlamento y refrendado por la mayoría de una población podía ser
deshecho por un puñado de magistrados. ¿Democracia?
El
11 de septiembre de 2012 salió a la calle un pueblo cansado de tres
siglos de incomprensión, cansado de la continua involución de la
política española, cansado de la corrupción de la casta política,
cansado de la gestión de la crisis financiera. No es el dinero lo que
mueve las banderas independentistas, es la dignidad que un día y otro
pisotea esa Castilla antigua que se llama España.
Y
la respuesta es el insulto y vuelve a ser el miedo. La respuesta es
seguir intentando arrinconar la lengua hermana en ese cainismo miserable
que lastra la historia de lo que pudo ser España y hoy no es más que el
Estado español. Ahora nos dicen que no somos soberanos, que no podemos
decidir nuestro
futuro,
ni los catalanes de padres catalanes, ni los catalanes de padres
castellanos, extremeños, andaluces… Esto es la democracia española,
escrito en castellano, con el dolor de quien creyó en una democracia
verdadera y hoy se pregunta a qué espera el 15M, a qué esperan los
verdaderos demócratas para salir a denunciar en la calle el regreso del
odio, de la intransigencia, de la uniformidad.
Soy
profesor de castellano en Barcelona, mis alumnos hablan dos lenguas con
el mismo orgullo, el castellano con un dominio similar o mejor que el
de la mayoría de los niños de Castilla. En mis clases de castellano no
hay ideología, hay reflexión. Hay lengua, una lengua castellana hermosa y
rica, con una tradición literaria que está muy por encima de la
política cicatera de estos tiempos.
Mis alumnos no necesitan que venga nadie a españolizarlos, quieren
crecer libres y ser demócratas y que se les acepte porque son personas y
no porque puedan ser votantes. Son catalanes en un sistema educativo
integrador, donde la lengua vehicular es el catalán, la lengua propia de
Catalunya. Esa Catalunya que pudo ser nación española y que tendrá que
ser nación europea, lo que siempre ha sido; pero de la mano de un
independentismo gestado fuera de Catalunya por los intolerantes.
¡Qué
lástima que en el resto de España haya tan poca empatía, tan poca
capacidad de entender lo diferente! Mañana es 12 de octubre, no voy a
celebrar vuestra incomprensión. Ser catalán era, para muchos catalanes,
la única manera de ser español; ahora será la única forma que tiene un catalán de ser europeo.
No
soy nacionalista, los nacionalistas son Wert o Rajoy, el que calla. Soy
catalán, señores, mi padre es de Zamora, mi madre de Granada. No voy a
alegrarme ni voy a repartirme cuando llegue la independencia. Soy
catalán".
Xavier Cubero
Profesor de Lengua española
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